lunes, 19 de julio de 2010

TORO TORO


Toro toro
EL REINO DE LAS CAVERNAS
Gigantescas cavernas, huellas de animales prehistóricos, pinturas rupestres, naturaleza mágica, rastros de ancestrales señoríos aymaras y quechuas es lo que se encuentra en este rincón olvidado de Bolivia.
En la provincia Charcas del Departamento de Potosí, se encuentra uno de los destinos más espectaculares, algo inimaginable, enigmático, único, algo nuestro.
Llegue a Torotoro, luego de un pesado viaje por la única vía de acceso al lugar, un camino de tierra de 144 kilómetros que parte desde la ciudad de Cochabamba. El viaje puede durar entre 5 y 6 horas, pero uno se entretiene con el peculiar paisaje y tiene la oportunidad de conocer, aunque sea de pasada, poblaciones como Tarata y Cliza.
Una vez en la población de Torotoro, uno comienza a disfrutar de la simplicidad de la vida de campo, de la amabilidad de su gente, que en su mayoría son quechuas y aymaras que se dedican a la agricultura, y del agradable clima de este valle, uno de los parques menos conocidos del país.
En la Alcaldia de Torotoro se encuentra la Dirección de turismo donde uno debe registrase para entrar al parque y pagar una pequeña suma, también están los jóvenes que ya desde hace unos anos trabajan luego de la escuela como guías. Ahí conocí a Justino, quien me pidió que Justin, un joven de 18 años que encontró en el turismo una forma de ayudar a su familia: el será mi compañero de aventura en los siguientes días.
Para mi buena suerte llegue días antes de la actividad más importante para los torotenos, la fiesta del Arcángel Santiago, o el tata Santiago como lo llaman, será una increíble oportunidad para ver el Tinku, tomar chicha, y bailar al ritmo del jila jila y las zamponas. Antes deberemos planificar las rutas para conocer las maravillas del Parque Nacional Toro Toto (PNTT).

Caverna Umajalanta
El primer día en el parque vino Justin muy temprano por la mañana, desayunamos juntos en el Hostal las Hermanas, de propiedad de una familia que hace poco había retornado de los Estados Unidos, también conocimos a un equipo de prensa cruceño que habían ido para escribir una nota sobre la fiesta del Tata Santiago.
Nuestro recorrido comenzó con una visita al cerro Wayllas, justo en frente del pueblo donde observamos huellas de dinosaurios, hay cerca de 3000 en todo el paraqué, existentes hace 130 millones de anos, luego emprendimos una caminata de 8 kilómetros. En todo el recorrido se puede apreciar la vida cotidiana de los pobladores, las huellas de dinosaurios y remontarse millones de años atrás.
El paisaje es muy peculiar, cerros ondulados y colores de las calizas que van del rojo al naranja y azul, pues esta región fue alguna vez el fondo de un inmenso mar. Finalmente, la entrada a Humajalanta, una de las más de 20 cavernas encontradas dentro del PNTT, es quizás la más visitada por los turistas, eso se percibe por los destrozos de las mismas, los grafitis y las puntas rotas de las estalactitas y estalagmitas.

Una vez allí nos registramos con los guarda parques del SERNAP y emprendimos la entrada, arrastrándonos, trepando muros, mojándonos; entonces llegamos a uno de los salones de la caverna, salones inmensos con espectaculares formaciones, fruto de procesos químico y físicos del agua y los minerales, algunas muestras como La Virgen y el niño, El Sauce llorón, formaciones que cuelgan del techo similares a lámparas y los miles de murciélagos. Después de los salones, una caminata de 30 minutos en la cueva para ver el atractivo que más llama la atención de los biólogos que llegan de todo el mundo, un rio subterráneo donde vive una especie única, unos pequeños peces que increíblemente se adaptaron a la vida subterránea, sin luz y muy poco alimento. Previamente nos encontramos en un arenal dentro la cueva, Justin me pido que apagara la linterna para estar en total oscuridad y silencio, una experiencia de las mas espirituales, miedo, soledad, interrogantes, simplemente algo inexplicable.
Después de casi tres horas en la caverna, que se estima tiene unos 7 kilómetros de largo, pero solo uno es accesible, volví a ver la luz del sol. Era momento de volver al pueblo para descansar y continuar la aventura al día siguiente.

Caverna Chiflon Q’a’Q’a
Al día siguiente, también muy temprano, salimos con Justin rumbo al Vergel, una caída de agua que se enguanta en el fondo de un imponente canon de unos 159 metros de profundidad, por donde pasan las aguas del rio Torotoro, que en épocas de lluvia suele ser muy caudaloso. Sin lugar a dudad, un atractivo natural muy visitado a tan solo 3 kilómetros del pueblo y donde se puede practicar deportes como parapente y escalada en roca, rapel, entre otros.
La caverna de Chiflo Q’a’q’a’ está ubicada en lo alto de la pared lateral de un cerro, por gruta de entrada es la saliente de un rio subterráneo que se transforma en una espectacular caída de agua. Los riesgos son mayores. Ni bien entramos tuvimos que nadar, bucear, escalar por pequeñas grietas, pero el igual que Umajalanta, el riesgo valió la pena. Pocos turistas visitan esta maravilla, por lo que se encuentra muy conservada y es una de las cavernas preferidas por los espeleólogos que llegan atraídos por estos parajes inexplorados.
Estuve más de siete horas dentro del Chiflon Q’a’q’a y, estoy seguro que solo recorrí una insignificante parte de su totalidad, quede sorprendido por la inmensidad de los salones, tan grandes como teatros o coliseos.
Por la tarde volví al pueblo pasando por Batea Q’oca, una zona donde se puede ver claramente pinturas rupestres de culturas que precedieron a los incas, un legado invaluable cuyo significado es aún desconocido.

Procesion, Tinku y fiesta
En el pueblo, Justin me invita a conocer el Cementerio de tortugas, un lugar muy peculiar, un terreno ondulado de colores muy llamativos donde se encuentran tortugas marinas fosilizadas, que lastimosamente fue saqueado; solo logre ver una y en muy mal estado. Fue en ese lugar que vi uno de los mejores atardeceres de mi vida, una combinación de colores en el cielo, similar a los del suelo, no sabía donde acababa el cielo ni donde comenzaba la tierra.
Ya de noche una multitud en la calle me invita a salir, habían llegado comunitarios de los alrededores para participar de la fiesta del Tata Santiago. Aymaras y quechuas con poco manejo del español habían caminado por muchas horas para venerar al santo, darle gracias y pedirle por tierra, ganado y alimento.
A la mañana siguiente se realizo la procesión con la imagen del Tata Santiago, cruces con ponchos y cascos de cuero, dimos la vuelta al pueblo, mas tarde bailes, comida, chicha y mucho colorido para esperar el Tinku. Me instale en la terraza de una antigua casa. Llegó la multitud, pobladores de mas de diez comunidades llegaron para el gran enfrentamiento, un anciano quechua quien reto a otro, y empezaron los golpes, con sus típicas vestimentas, cascos, abarcas y chalecos multicolores, gritos enardecidos, un peculiar espectáculo en la que participan ancianos, jóvenes y hasta niños. Nunca entendí el significado, pero es una muestra más del profundo legado que dejaron nuestros ancestros.
Las luchas se prolongaron durante toda la tarde al ritmo de las zamponas, jila jilas y la chicha y amenazaban con prologarse más allá de lo racional. Decidí asistir a la fiesta de una joven que conocí noches antes. Mas chicha, cerveza, alcohol, mas de 300 platos de comida servidos en una noche, mariachis, conjuntos de cumbia, banda. El pueblo disfruto durante 3 días. A pesar mío, tuve que partir a la manan siguiente. Aun me esperan las ruinas de LLamachaqui (20 kilómetros), la ciudad de Ita (28 kilómetros), Jalala (24 kilómetros) y ver la paraba frente roja, especie endémica de esta región que se encuentra en peligro de extinción. También espero caminar por los puentes naturales pulidos por el viento y el agua, y volver a penetrar la tierra, a través de sus eternas e inexploradas cavernas.

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